Daniel Prieto Castillo

A Juan Draghi Lucero

Cierto. No sabemos nada.
Casi sombra éramos
antes del primer llanto.
Sombra seremos cuando otros nos lloren.

Así llegamos en muchedumbre
los mortales hombres,
así pasamos de la mano del tiempo,
a quien ningún barranco detiene.

Pregunta y canto es el arte,
grito trémulo en medio de la noche;
estremecimiento de raíces
que no aciertan a sujetarse más allá
de unas pocas migajas de años.

Pregunta por el sentido
de tanto sufridor y tanta muerte,
por las deshoras de un reloj
detenido con cada partida.

Y canto, que entre una y otra sombra
cantan y ríen los hombres,
siembran sueños,
entretejen quimeras,
se empecinan en eternidades.

El tiempo nos trae de la mano
y de la mano nos lleva.
Entre una y otra sombra
anclamos nuestras preguntas
y cantamos.

El arte es muralla para el tiempo,
más allá incesante
de esta efímera luz nuestra.

Así fue y será.
No morirán jamás
preguntas y canto,
no morirán de la memoria
quienes cantan y preguntan,
empecinados en la vida
entre una y otra sombra.


Daniel Prieto Castillo
1996

 


Emergemos al ser por el lenguaje.
Desde la cuna, nos entretejen como humanos
las palabras y los gestos.
Todo nos habla y no cesamos de aprender;
todo nos llama con palabras y gestos.
Nada más ni nada menos, crecemos en medio de la palabra,
acunados por ella.

Pero las palabras son el rostro del otro,
y pueden ser terribles, cargadas de violencia,
o dulces como las primeras mieles.
Y también pobres, apenas balbuceos vacíos, estrechos,
incapaces de abrirnos al mundo.
No tenemos otra apertura camino al mundo
que la mirada, la caricia y la palabra.

Los primeros hombres del Popol Vuh
veían demasiado lejos y fueron condenados
por los dioses a la condición humana,
a ver sólo de cerca.
Si en esa cercanía campean
la estrechez del lenguaje, de la caricia y la mirada,
¿cuánto nos queda de mundo?

Las palabras nos acunan o se nos clavan
como agujas,
ríen o nos muestran muecas terribles,
descorren horizontes o los cierran como tapias.
¡Ay de quienes crecen entre palabras como lanzas!
¡Ay de quienes son acunados por la violencia!
¡Ay de quienes son condenados a estrellarse de por vida
contra un universo oscuro de palabras!
¡Ay de quienes resultan habitados
por palabras salvajes, opacas, densas
como la lava profunda de un volcán!

Las palabras no son las cosas,
decía, el viejo Platón,
pero nos permiten ir hacia ellas.
Y hacia nosotros mismos, supimos más tarde,
y hacia el otro,
ese horizonte de posibilidad humana
contra el que puedes golpearte como contra piedras
o llenarte de luz como contra arcoiris.
Eres aquello que te habita. Nada más.
A favor o en contra ese muro o ese arcoiris
te revolverás durante todos tus días.

No hay escapatoria.
Cuando emerges a la luz, te reciben
las palabras, las miradas y las caricias,
son ellas quienes te constituyen el ser,
quienes deciden lo que serás, aun como rebeldía,
como intento de sacártelas de adentro.

Accedemos al ser a través de ellas,
nos niegan el ser cuando faltan,
cuando se vuelven muro, golpe, lanza.

Los dioses nos condenaron a mirar de cerca,
pero ha sido tarea nuestra reducir aun más la mirada.
A nadie lo condenan a mirar tan de cerca,
Sólo obra nuestra habrá sido,
sólo un empecinamiento en horizontes de asfixia.
Pobrecitos cuerpos atravesados desde niños
por la palabra lanza,
pobrecitas heridas que jamás cerrarán,
pobrecitas llagas abiertas a cualquier viento, a cualquier mirada.
Larva precaria el hombre,
cualquier brisa lo daña,
y las palabras son la primera brisa para la piel,
brisa que arrulla o muerde,
que se desliza como una caricia,
y penetra como ella, o se clava,
espinuda, sarcástica, desgarradora de carne.

 

 

 Daniel Prieto Castillo
 1992


I

Lo imaginé
un espejo hasta el cielo,
un mar detenido en una ola capaz de arrastrar las estrellas,
un monte de cristal suspendido en el tiempo,
exacto desde la eternidad,
sin una migaja de vida en sus entrañas ni sobre su piel.

No imaginé
la superficie monocorde del espejo;
sino
espejos de voluptuosidad gélida,
en danza y contradanza,
cordilleras de hielo,
valles de hielo,
cataratas detenidas,
puentes de hielo
sobre abismos de hielo,
espejos con sus caras
hacia todos los crepúsculos y todos los abismos,
torbellino inmóvil de espejos,
reflejos contra reflejos,
ecos de imágenes, miradas detenidas para siempre.

El glaciar, lo soñé así,
se repite en sus caras y contracaras,
se enseñorea en su cuerpo exangüe,
en su sangre aletargada,
pulso de estrella apagada,
pulso de destellos, de brillos entrecortados,
de estalactitas derrumbadas por algún viento blanco.


II


Nada de lo imaginado alcanza.

Nada de lo imaginado pudo anticipar
lo que me arrasa ahora la mirada.

Veo una muralla de delirio,
una montaña de la locura que hubiera
enloquecido más a Lovecraft,
o le hubiera privado de su recta razón a Hegel,
sobre todo por aquellas páginas suyas de la Estética,
cuando leía en la naturaleza solo simetrías, regularidades,
lugares exactos de estructuras,
como si campeara en ella una armonía incontenible.
(Inspirado andaría en sus ordenados paisajes germánicos.
Recuerdo, desde algún vuelo, la superficie monocorde,
mansa, del Río de la Plata, tan geométrica, tan euclideana,
con sus barquitos a vela pintados
a la manera de una decoración cursi).
Pobre Hegel.
El glaciar encierra, y proyecta, todas las formas y las desformas,
geometría no euclidiana hasta la violencia,
burla a la mirada cartesiana,
res extensa intensa, tensa,
ajena a cualquier orden.
No me vengan con esa bobada hegeliana
"la naturaleza imita al arte".
Creaciones miserables las nuestras,
copia de otra copia, como decía el viejo Platón.

¿Anduvo por acá Gaudí?
No anduvo.
¿Soñó (noche de sobresaltos, casi mortal) estos espacios?
No soñó.
Sus juegos de casas dislocadas, sus ángulos tramposos,
sus perspectivas invertidas,
son balbuceos de principiante,
apenas gestos de un recién nacido aterrado por la vida,
incapaz de coordinar la mano y la mirada.

III


Estoy aterido junto a él, sin aliento,
con los ojos al borde del espanto.
¿De dónde aferrarse?
¿Cómo encontrar un asidero para retomar
nuestro pobrecito equilibrio?
Los pies vacilan asustados,
a su lado no resiste ninguna superficie,
todo se fragmenta y sientes como si cada pisada tuya
fuera un derrumbe,
como si esta precaria seguridad de nuestro andar
hubiera sido un engaño al que nos habituaron
desde el útero otros seres engañados.

Mentiras de mis sueños lo del silencio.
Una tremenda desforma se desprende de una cara
(¿cara? Torpe lenguaje el nuestro)
y retumba en mil gargantas (torpe, torpe)
contra las aguas verdhelado.

Luego sobreviene el otro, nacido en lo profundo.
un vagido (...) extrahumano, más allá de toda vida.
Recuerdo palabras de nuestro Draghi Lucero:
hay un sonido que viene de lo hondo de la montaña,
un sonido extrahumano.
Comprendo ahora, años más tarde.
Siento un sonido gélido,
una voz (¡ay de nuestra lengua!) cercana
al terror de cualquier origen,
un ruido como el de un sol exhausto,
desbarrancado noche abajo.
Y después nada,
sólo el viento, tan eterno como él.

IV

Un pájaro vuela a la deriva sobre su espalda,
rumbo al oeste.
No llega lejos en tal desnorte.
Imposible no mirar hacia abajo cuando te llama
ese desvarío como desde un infierno
(tal vez por acá se entra,
Virgilio y Dante no hicieron más que recorrer un simulacro,
con ordenados círculos llenos de sombras dolientes,
paisaje humanizado, cuando el infierno es lo otro absoluto,
la experiencia del hielo en su profundo cuerpo;
dele usted un marco de lógica al infierno y juegue luego
a imaginar bobadas que a nadie asustan,
como esos seres con la cabeza mirando hacia atrás
o esos ataúdes con sombras condenadas a gemir
como incontrolables plañideras;
infiernos de opereta).
y regresa como quien va golpeándose contra muros invisibles;
cuando pisa la costa afloja las alas
y canta.

Nadie anidó jamás
sobre esos plegamientos descontrolados,
nadie se desventuró en esas grietas azul intenso,
en esas cuevas donde acecha sólo la nada.
Supongamos un pájaro con su razón de pájaro
herida.
Supongámoslo en su desvarío,
empecinado en construir un nido sobre este lomo encabritado.
Supongámoslo capaz de vencer vértigos
y de sostener una endeble estructura de ramitas y barro.
Supongamos que soporta el frío,
pone huevos y hasta, un día, ve nacer a sus críos.
¡Ay de ellos! No bien asomen al borde del nido
enloquecerán y no acertarán jamás a dominar las alas,
cantarán con un sonido atroz y un amanecer
se suicidarán ladera abajo
en remolinos en contradanza,
chocando acá,
rebotando allá,
hasta ser nada
en el desfondo
del lago.

V

Exclusión total de la recta y de la buena curva;
burla al aburrido cubo y a la arrogante esfera;
humillación de la pretenciosa geometría del diamante;
descuadre de los monótonos juegos de los ángulos;
poliedrización frenética, sin lados para contar,
sin bases ni alturas,
ni vértices;
multicaedro, multiprisma disparado en todas direcciones,
negación del adelante, del arriba, del ayer y del mañana,
es.

VI

En las noches de luna, cuentan, resplandece como un inmenso.
desforme, contraforme fantasma.
Pobrecita luna,
tan redonda y lironda ella,
humillada contra acantilados de espanto,
contra antiprismas brotados como cabezas
contrapunteadas de hidras,
contra olas congeladas en su más atroz abrazo,
contra estalagnitas hundidas en su rostro,
contra pirámides invertidas, desvencijadas,
contra marejadas de ramas de un árbol enraizado
en un ayer sin márgenes,
árbol imposible, jamás soñado
ni en el más abigarrado rincón del trópico.

VII

Nada refleja, de nada es espejo.
Opacidad contra opacidad,
pero no la de la terca roca de mis montañas,
opacidad tenue, vestida de ese azul claro en sus superficies
y profundo en sus heridas.
¿Reflejo de cielos, entonces?
¿Cielo enloquecido abajo.
con el manto retorcido, quebrado,
hacia todos los cardinales?

No espejo de ningún cielo.
El hielo traza su camino
sin ser eco de nadie.
Tiempo le sobra, y fuerza,
para no pedir prestada
forma alguna,
para crearlas todas,
desdibujarlas de raíz,
tornarlas contradicción absoluta
del torpe equilibrio
de nuestros espacios.

VIII

Ha pasado el mediodía.
Con algo desfondado muy a lo hondo
ensayo unas pisadas titubeantes rumbo a un lugar
más nuestro, sujeto a ordenadas y coordenadas,
a latitudes y longitudes,
a arriba y abajo, a figura y fondo.

Me serenaré, seguro, rearmaré la endeble
arquitectura de mi mirada
y tornaré a ser el de siempre,
una criatura humana en un mundo humano.
Pero algo se ha agrietado muy adentro,
una geometría feroz se abre paso a dentelladas
en mis pobrecitas seguridades.

Parto sin partir, habitado sin remedio
por esta eternidad desgarrada.

Santa Cruz, agosto de 1997